martes, 14 de mayo de 2024

 EL TINTÍN MÁS INSÓLITO (1): En el país de los soviets


Algunos aficionados al cómic, que sólo conocen al personaje a través de las ediciones oficiales y la película de Steven Spielberg, es posible que ignoren que Tintín sufrió una serie de metamorfosis antes de convertirse en ese héroe de papel, idealista y defensor de la causa de los débiles y desfavorecidos, que todos conocemos. Este proceso de transformación ya empezó hacia el año 45 del siglo pasado, cuando su creador Hergé,  auxiliado por  Edgar Pierre Jacobs y más tarde por los Estudios Hergé, emprendió una serie de modificaciones y "mejoras" para las nuevas ediciones en color de las aventuras de su personaje, con el fin de adaptarlas mejor al ambiente que se respiraba en Europa al término de la Segunda Guerra Mundial.
Hergé fue un hombre perseguido por su pasado "colaboracionista", y para no tener más complicaciones en lo sucesivo decidió autocensurarse, puliendo y limando a Tintín de todas esas aristas "políticamente incorrectas", escandalosas y gamberras que lo habían caracterizado en diversas ocasiones cuando ya era extraordinariamente popular, a lo largo de los años 30 y 40. Fue surgiendo así un nuevo Tintín, más descafeinado y aséptico, y mucho más acorde con la nueva sensibilidad imperante, la de los demócratas biempensantes acogidos al Plan Marshall. Llegados a los años 70, se siguieron modificando o eliminando viñetas y alterando los textos originales para no herir susceptibilidades y no empeñar el nuevo look pacifista y eco-friendly del simpático reportero del mechón rubio. 
Pero tras el fallecimiento del dibujante y el número creciente de tintinólogos y tintinófilos, aumentó el interés también por conocer los orígenes del personaje y por aquellas versiones originales y "malditas" en blanco y negro que formaban los "Archivos Hergé". Pese a que eso contrariaba los deseos del autor de esconder todo ese pasado tan comprometido, ya que era muy consciente de que sería utilizado por sus detractores para seguir acusándole (a pesar de haber purgado su obra) de fascista, racista, colonialista, antisemita, misógino, etc., etc. Y todavía a nadie se le ocurrió que llegaríamos a padecer eso de la cultura de la cancelación, con sus tribunales de la inquisición persiguiendo con lupa cualquier rastro de microrracismo o micromachismo, como sucede en nuestros días.
En España Editorial Juventud editó por primera vez en 1983 "Tintín en el País de los Soviets", el álbum maldito que inició toda la saga y que Hergé no quiso volver a reeditar en color, suprimiéndolo del corpus oficial. También a comienzos del siglo XXI Panini-Casterman empezó a publicar en castellano las versiones históricas en blanco y negro de las primeras aventuras. Pero esta edición fue retirada muy pronto del mercado, según se dice porque vulneraba el contrato de exclusividad en España de la Editorial Juventud; aunque las malas lenguas apuntan a que más bien se debió a su contenido polémico.
Por eso resulta complicado para el lector en español acceder a estos "incunables" y comprobar de primera mano cuánto hay de verdad en la leyenda negra de Tintín.

Viñeta de "Tintín en el país de los soviets"

Georges Prosper Remi, nacido en Etterbeek (Bélgica) en 1907, creció en el seno de una familia conservadora y católica. De niño se alistó en los Boy Scouts, y en una revista de esta organización publicó sus primeras historietas, protagonizadas por un tal Totor , que prefigura según algunos al personaje que luego le haría famoso: Tintín. También empezaría aquí a usar el seudónimo de Hergé. A los 19 años hizo el servicio militar en Primer Regimiento de cazadores a pie, llegando a alcanzar el grado de sargento. De regreso a la vida civil volvió a su vocación por el dibujo y es entonces que conoce a la persona que le dará la gran oportunidad de convertirse en un autor de cómics profesional: el abate Nobert Wallez, director del periódico conservador y nacionalista"Le XXème Siècle".
Mucho se ha criticado a este cura por ser de ideas cercanas al fascismo (admiraba a Charles Maurras y aún más a Benito Mussolini, del que tenía un retrato dedicado en su despacho) pero lo cierto es que sin su espaldarazo a Hergé, éste lo hubiera tenido bastante más difícil para engendrar al personaje de Tintín.
Pero no cabe duda que la línea editorial del periódico influyó mucho en las primeras aventuras, en las que se percibe un empeño por combatir el comunismo, denostar el capitalismo norteamericano y ensalzar al más que cuestionable colonialismo belga de la época. En cualquier caso Hergé se adaptó perfectamente a esta línea y gozó de la confianza de Wallez, quien le encomendó muy pronto la dirección del suplemento del periódico dirigido a los jóvenes, Le Petit Vingtième, donde aparecerían por vez primera las aventuras de Tintín.
La primera controversia surge con la génesis del propio Tintín. Mucho se ha dicho sobre las fuentes en las que se inspiró  Hergé para crear al personaje. Entre los modelos de papel está el ya mencionado Totor, pero también se menciona a Tintin-Lutin, del dibujante francés Benjamin Rabier (el creador del logotipo de "la vaca que ríe") aunque Hergé afirmó no haberlo conocido hasta los años 70. Pero, y aunque los rasgos de Tintín están a propósito muy simplificados, para que cualquier joven lector se pudiera sentir identificado con él, se le atribuyen otros modelos de carne y hueso. Hay quien dice que Hergé se basó en su propio hermano, el oficial de caballería Paul Remi, a pesar de que ambos no se llevaban demasiado bien ; no obstante, sí que guardaban un cierto parecido físico. No se puede decir lo mismo del reportero francés Albert Londres, padre del periodismo de investigación, otro de los candidatos a ese puesto. Como tampoco se parecía mucho el danés Palle Huld, un boy scout que a los quince años ganó un premio de la revista "Politiken" para viajar alrededor del mundo durante 44 días, homenajeando la obra de Julio Verne. Sus andanzas fueron recogidas en forma de reportajes en un libro que sin duda Hergé conocía. 

Tres posibles modelos para Tintín: Paul Remi, Palle Huld y Léon Degrelle


El último candidato, y sin duda el más polémico, fue el belga Léon Degrelle, político nacionalista y más tarde oficial de las Waffen SS durante la Segunda Guerra Mundial. Unos años después del fallecimiento del dibujante escribió en sus memorias "Yo soy Tintín", algo que sorprendió a todo el mundo; y en 1992 publicó un libro, "Tintin, mon copain" (Tintín, mi compañero) en el que aportaba más detalles para avalar tan sorprendente afirmación. Los tintinólogos detractores de Degrelle, que son la mayoría, lo consideraron un ególatra y un bocazas y no daban crédito a sus palabras. Pero el caso es que ambos muchachos se conocieron y se hicieron íntimos amigos en la redacción del XXème Siècle. Hergé admiraba a Degrelle como a un hermano mayor, por su vocación aventurera, que le llevaría a ir de corresponsal a México para cubrir la "guerra cristera", en la que por lo visto también participó activamente realizando acciones de sabotaje y cosas así. Aunque sus reportajes no aparecerían hasta meses después de la primera aventura de Tintín, el proyecto de enviarlo de reportero a aquel escenario, donde se estaba reprimiendo brutalmente a los católicos, ya estaba con toda probabilidad en el aire. 
Ese viaje marcaría para siempre el rumbo en la vida de ambos amigos, porque Degrelle se encaminaría hacia la política, fundando algo más tarde el rexismo, un movimiento nacionalista belga que tomó su nombre del grito de guerra cristero ("Viva Cristo Rey") y además aprendería a hablar en español, lo que le sería muy útil más adelante.

Portada de Hergé (1932)

 Por su parte Hergé recibiría con entusiasmo los reportes de su amigo, y además las páginas de algunos periódicos mexicanos que le enviaba, con reproducciones de cómics norteamericanos muy poco conocidos en la Europa de aquel tiempo, como los que dibujaban Rudolph Dircks o George Mc Manus, y que influirían más tarde en su estilo bautizado como la "línea clara".
Sean o no ciertas las declaraciones de Degrelle, las coincidencias resultan muy llamativas. Además de su cercanía personal, la apariencia física y la indumentaria del político en aquella época guardaban un gran parecido con las que caracterizarían al personaje de Tintín: mechón de pelo rubio, pantalones bombachos, etc. Pero también es verdad que sus afirmaciones las realizó años más tarde del fallecimiento de Hergé, tal vez para que éste no pudiera replicarle o para evitarle en vida más problemas a su amigo de los que ya había tenido.
Otra cuestión indudable es que ambos colaboraron en varias ocasiones, y que Hergé ilustró varios libros de Degrelle, como "Les grandes farces de Louvain" (1930) e "Historia de la guerra escolar" (1932). En ese último año Degrelle concurrió a elecciones por el Partido Católico Belga y le pidió a su amigo un cartel. Éste realizó una primera prueba que no le dejó satisfecho del todo, en la que aparecía una calavera con una máscara antigás. Sin embargo Degrelle lo publicó sin su autorización y sin su firma, por lo que el dibujante acabó demandándolo al Sindicato de Derechos de Autor, pleito que terminó ganando. En cualquier caso, no es cierto que dejaran de colaborar juntos aunque su relación se enfriara un poco, ya que Hergé siguió estando próximo al rexismo sin llegar a militar en él, y en 1936 dibujó el logotipo del diario del partido "Le pays réel" y de su suplemento semanal "L'Oasis". 

Cartel realizado por Hergé y utilizado por Degrelle

Es cierto que cuando en 1940 le ofreció la dirección de un suplemento infantil para su revista "Le Pays Rèel", el dibujante declinó su oferta. Pero varios años después, cuando Degrelle desde su exilio español redactó "La campaña de Rusia", Hergé lo leyó y lo definió como un libro muy bien escrito y emotivo.
En resumen, es posible que Tintín sea una combinación de las personalidades Paul Remi, Palle Huld y de Léon Degrelle, siendo este último, con su actividad como reportero intrépido, el que terminaría de definir al personaje.
"Tintín en el país de los soviets" se ha calificado a menudo como un panfleto anticomunista, dibujado en un estilo muy tosco, una obra de la que se sentía avergonzado su autor, como un "pecado de juventud", y que por esa razón no la reeditó en color, ni siquiera cuando los alemanes se lo propusieron durante la guerra. Pero toca decir que gráficamente tiene su encanto, y aunque el estilo sea el de un principiante, se nota ya la genialidad en muchos detalles. La acción resulta trepidante, casi futurista en algunas viñetas; los recursos visuales que despliega y los gags, aprendidos de la publicidad y del cine mudo de Harold Lloyd,  Buster Keaton o incluso  Fritz Lang, nos muestran un autor avezado que se desenvuelve con gran soltura en la narrativa visual.




En cuanto al argumento, se sabe que Hergé se vio impelido por el padre Wallez a ambientar esta aventura en la Rusia comunista, como también la siguiente en el Congo belga, en lugar de en la Norteamérica de los indios pieles rojas, como a él le hubiera gustado . Para ello el dibujante consultó el libro "Moscú sin persianas" del ex-cónsul belga en Rostov del Don Joseph Douillet, quien conoció de primera mano los calabozos de la policía bolchevique. Aquel era uno de los varios libros que se atrevían por aquella época a denunciar las atrocidades del recién estrenado régimen comunista, que estaba resultando incluso peor que el de los zares. Más tarde se produjo un proceso de blanqueamiento en todo el mundo de Lenin y de Stalin, cuando este último se convirtió en socio preferente de los Aliados, habiéndolo sido poco antes de Hitler. Cuando tras su muerte los propios miembros del Politburó denostaron la figura de Stalin, se siguió manteniendo durante muchos años en occidente el mito de Lenin y del "comunismo bueno", traicionado por el malvado georgiano. Así que no nos debe extrañar que Hergé no quisiera reeditar esta aventura primeriza, que era una denuncia política bastante certera a partir de testimonios de terceros.
Porque tras la publicación de obras como "El Libro Negro del Comunismo" y de la desclasificación de las cartas de Lenin y de otros documentos hoy sabemos perfectamente que no exageraban en nada los que denunciaban al régimen soviético como mentiroso y criminal, más bien se quedaron cortos. Se calcula que la política genocida del calmuco Lenin (que no llegó al poder mediante una revolución, sino mediante un golpe de estado para deponer el gobierno surgido de la revolución de febrero) dirigida contra el propio pueblo ruso, arrojó un saldo de al menos siete millones de muertos en sólo seis años, entre la represión por motivos políticos, religiosos o laborales, las hambrunas planificadas, la guerra civil contra los blancos y contra los opositores revolucionarios (kadetes, eseristas, mencheviques, anarquistas y otros) la limpieza étnica de los cosacos y de los bálticos, etc. No está mal, y convendría recordárselo a todos esos apologistas que pululan por nuestro entorno, como el Frente Obrero o Canal Red, porque podrían incurrir hasta en serios delitos penales por ensalzar la memoria de semejante ente asesino, que además exportó su siniestro modelo y con idénticos resultados a muchos países del mundo.
En las páginas de "Tintín en el país de los soviets" van asomando retazos de esa siniestra realidad en toda su crudeza, y la represión comunista campa por doquier a sus anchas: la policía secreta soviética (la cheka y la OGPU) está por todas partes, los electores de los soviets son forzados a votar  la candidatura comunista a punta de pistola, el hambre y la miseria imperan por las calles mientras el trigo se envía al extranjero como propaganda, la comida racionada sólo se reparte entre los adictos al Partido, se realizan tours turísticos políticamente organizados para socialistas occidentales que son manipulados por las mentiras de la propaganda, se persigue a los campesinos que se niegan a la entrega forzosa  de su cosecha de cereales llamándoles kulaks (tacaños), se envían agentes terroristas al extranjero para cometer atentados, etc.




Un año antes de la publicación de esta aventura Stalin ya había consolidado su poder mediante una férrea censura, persiguiendo implacablemente a sus opositores de dentro y de fuera del Partido, y desatando una feroz campaña contra los llamados kulaks. La nación todavía no se había recuperado de las terribles consecuencias de la Primera Guerra Mundial, los sangrientos conflictos internos y la hambruna devastadora y generalizada.
Hergé nos muestra también la deplorable situación de millones de niños y jóvenes, los beprizorgnye, hordas de huérfanos "abandonados y sin control", que vagaban por las calles de todas las ciudades rusas como auténticos zombis. Durante los años veinte fueron un verdadero problema de orden público, ya que drogados, ateridos de frío, enfermos y hambrientos se dedicaban a toda clase de delitos y a menudo acababan muertos en las calles.
Esa era la dura verdad del paraíso comunista, que no empezaría a revertirse hasta pasados bastantes años después de la llamada Gran Guerra Patriótica, contra los alemanes y sus aliados europeos. Los grandes eventos que jalonaron el camino hacia el socialismo real fueron: el asalto a la fábrica Putilov, para someter al soviet rebelde (1919); la represión de la huelga general de Astrakán (primavera de 1919); la Matanza de Sebastopol tras la derrota del Ejército Blanco (diciembre de 1920) ; la represión de los amotinados de la comuna revolucionaria de Kronstadt ordenada por Trotski (primavera de 1921); la guerra contra el campesinado para instaurar la NEP (1918-1921); la represión de la provincia de Kostroma (enero 1919); creación del primer gulag en Solovkí (1923); y un triste y  largo etcétera. Y todavía no habían empezado las famosas "purgas", la deskulakización ni el Holodomor, ni estaba aún  en pleno funcionamiento el "archipiélago gulag", con más de 400 campos de trabajos forzados repartidos por el amplio territorio de la URSS.
Los progres de los años sesenta y setenta se rasgaban las vestiduras sólo de sugerir que existieron semejantes aberraciones. Más tarde, con la caída de la Unión Soviética, volvieron a salir a la luz pública las purulencias nunca sanadas del todo del régimen comunista, y a pesar de las protestas de algunos, que tachaban de "reaccionario" este trabajo de Hergé, pudo volver a editarse, leerse y ser comprendido, lo que fue imposible hacerlo en vida de su autor.



Viñetas de "Tintín el país de los soviets" (1929)


CONTINUARÁ...

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