domingo, 15 de enero de 2023

EL EXTRAÑO FENÓMENO DE LAS EXPOSICIONES INMERSIVAS


Hay cosas que a pesar de todo siguen funcionando  como gancho para el público

Cuán remotas en el tiempo nos parecen ahora aquellas macroexposiciones retrospectivas en las que la gente aguardaba durante horas, ya lloviera, granizara o hiciera un sol de justicia, formando largas colas multitudinarias en las entradas de los museos, para poder contemplar lo que se vendía como una ocasión única de ver reunidas en un mismo tiempo y lugar las obras de los grandes artistas: Velázquez, Caravaggio, Gustav Klimt, etc.
Al fin y al cabo la cultura era ya lo de menos en aquellos saraos. Lo importante era la operación económica, orquestada con gran aparato propagandístico por parte de las instituciones involucradas, de vender entradas y catálogos ( y demás merchandising)  al por mayor; y sobre todo, para la mayoría del público, el poder participar en un rito de masas que suponía aceptar con estoica resignación una disciplina sadomasoquista,  para luego pasar al fin y al cabo a toda velocidad delante de los cuadros y realizar un "barrido visual" de los mismos, porque no quedaba tiempo para más.
Ahora, y tras la crisis coronavírica que tantas cosas ha cambiado, se están poniendo de moda las llamadas "Exposiciones Inmersivas", en las que  en lugar de la presencia física de los cuadros o esculturas supuestamente "de verdad " de los museos y colecciones (que vaya usted a saber si no se tratan en muchos casos de auténticas falsificaciones) el visitante que ha pagado un pastizal por la entrada se va a encontrar con grandes pantallas interactivas y con espectáculos de luz y sonido, vendidos como didácticos pero que parecen más bien como si se asistiera a un macroconcierto de alguna Pop Star del montón . Así ha sucedido con la obra de Van Gogh, con la de los impresionistas y ahora con la Vanguardia histórica. 
Es decir, que las obras reales van siendo sustituidas por copias virtuales, manipuladas digitalmente para crear la sensación de una "realidad aumentada" que desvirtúa totalmente el propósito original de los artistas, que las crearon con unos materiales y unos formatos muy concretos. En todo caso, los organizadores salen ganando, porque cuesta menos dinero montar estos shows que mover de acá para allá las piezas que andan desperdigadas por medio mundo. Y puedes cobrar la entrada igual de cara que si fuera para ver las obras de verdad.
No puede ser por casualidad que todo  este fenómeno turístico-cultural-crematístico coincida con la promoción del  Metaverso zuckerbergiano y con la expectación provocada en el público ansioso de llenar su tiempo de ocio por las restricciones de la Plandemia, que imposibilitaron durante mucho tiempo que la gente pudiera ir a los museos y sólo dejaron la posibilidad de verlos a través de visitas virtuales por Internet.
Tampoco es casual que haya habido varias performances o atentados (según se mire) contra obras de arte en varios museos de renombre , perpetrados por activistas luchadores del medio ambiente... La excusa perfecta para que se restrinja aún más el acceso de la gente del  común a estas obras, ahora convertidas en objetivo del ecoterrorismo, y que sólo podrán disfrutar los privilegiados miembros de la "élite" política o financiera, como vimos en la pasada cumbre de la OTAN en Madrid. Ellos sí que pueden incluso comer caviar mientras contemplan Las Meninas, que para algo lo valen y pertenecen a la casta globalista.
Tras años de mantener la "distancia social", vuelven las colas otra vez. En realidad nunca se fueron del todo (recordemos, sin ir más lejos, las que formaban los ciudadanos ejemplares para pincharse en los vacunódromos) porque forman parte de un rito de obediencia, porque están de moda y  porque todo  el mundo lo hace... aunque luego les  acaben dando gato por liebre.

 

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