SEMBLANZA DE
Flash contra su antagonista favorito, el emperador Ming |
Ante la amenaza escatológica de que un asteroide choque contra la Tierra, un rubiales jugador de fútbol americano de los New York Jets, un doctor chiflado y una joven y abnegada damisela se embarcan juntos en un cohete espacial para evitar el desastre. Como resultado, y tras haber salvado al mundo de la gran hecatombe, quedan atrapados en la órbita del planeta Mongo, regido por un déspota con pinta de Fumanchú, y permanecen allí durante años y años, viviendo mil y una aventuras... Un argumento tan simple e inverosimil en manos de un artista menos talentoso hubiera dado muy poco juego, y no habría producido otra cosa que un héroe más de papel del montón. Otro estereotipado "buen chico" gringo luchando al servicio del Bien y salvando a la humanidad terrícola y/o mongólica de los múltiples peligros que la acechan.
Pero la magia del pincel de Alex Raymond hizo posible el milagro, y con su elegante estilo supo conferir a la serie de Flash Gordon las dimensiones de una epopeya, consiguiendo que su recuerdo todavía perdure en el tiempo, inspirando a generaciones sucesivas de dibujantes e ilustradores...
Alexis Gillespie Raymond, más conocido como Alex Raymond, formó junto con Hal Foster y Burne Hogarth algo así como la santísima trinidad del cómic americano de los años 30 y 40, de lo mejorcito con diferencia que haya producido aquel país en materia de cómic, y por extensión el resto del mundo.
El estilo naturalista de Raymond supuso en su orígen una auténtica revolución en un medio que hasta aquel momento parecía predestinado a un público infantil o poco exigente. Demostró que, muy al contrario, la historieta podría ser el vehículo idóneo para el lucimiento de grandes artistas como él, quien no se cansó nunca de innovar y sorprender a sus lectores a lo largo de los años que se consagró a esa tarea.